Altamira, la cuna del arte rupestre en Europa

Altamira atesora más arte rupestre del que se conocía hasta ahora. El reciente descubrimiento de nuevas figuras y grabados paleolíticos en la cueva cántabra de Altamira (Santillana del Mar, Cantabria) constata que en sus galerías hay mucho más arte rupestre del que hasta ahora se conocía, un enorme potencial para los investigadores.
Como la directora de Altamira, Pilar Fatás ha asegurado, estos descubrimientos suponen “abrir una puerta” a seguir conociendo el pasado. “Y también cómo eran aquellos seres humanos primitivos que habitaron y pintaron los techos y paredes de la cueva durante al menos 36.000 años”.
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La perfección del arte del grabado
Nuevos hallazgos y resultados que se enmarcan en la investigación ‘El primer arte de la Humanidad, la cueva de Altamira’ que “ ha permitido documentar 33 figuras, representaciones de animales, como ciervos o un ‘posible’ caballo, en su mayoría grabados muy finos, parte en color rojo y otras zonas en carbón negro, publicados en la revista del Instituto de Prehistoria y Arqueología ‘Sautuola”, señala la arqueóloga.
Quien señala además que según los nuevos hallazgos “estas manifestaciones gráficas comenzaron en la segunda mitad del Gravetiense (entre hace 32.500 y 24.500 años a.C.), y lo hicieron con una actividad gráfica muy puntual, centrada en el grabado y figuras de trazo muy simple”.
A su juicio, Altamira tiene aún «muchísimo potencial» para los investigadores. Y si bien hasta ahora su trabajo se encontraba muy limitado por el acceso restringido a la cueva original debido a razones de conservación, en los últimos años esta situación ha cambiado gracias a la mejora de las tecnologías.

Del original a la réplica
A la Cueva de Altamira en la localidad cántabra de Santillana del Mar le corresponde el privilegio de ser el primer lugar en el mundo en el que se identificó la existencia del Arte Rupestre del Paleolítico Superior, un descubrimiento sorprendente por la calidad de sus pinturas y por la magnífica conservación de sus pigmentos.
Las pinturas del interior de la cueva fueron descubiertas en 1879, pero la comunidad científica de la época, muy reticente a admitir que el hombre primitivo fuera capaz de realizar una obra de tal belleza y complejidad, tardó veinte años en aceptar su autenticidad.
Neocueva: El Museo de Altamira
“Lo que el público ve es una réplica exacta en tamaño y calidad a la original”. Se trata del Museo de la Cueva de Altamira, en un lugar muy cercano a las originales donde todo está milimétricamente calcado del original, conocida como la Neocueva, una réplica exacta de la cueva, ya que la cavidad original tiene el acceso restringido desde 1974 y desde 2002 permanecen casi totalmente, a cinco personas a la semana, elegidas por sorteo debido a criterios de conservación.
Don Marcelino Sanz de Sautuola
Cuentan que en 1868 un vecino de la pequeña localidad de Altamira, entró en una cueva donde había entrado su perro. Se llamaba Modesto Cubillas y era aparcero de Marcelino Sanz de Sautuola, propietario de tierras y licenciado en Derecho y persona de múltiples inquietudes, biología y la arqueología, disciplina que daba sus primeros pasos.
Poseía don Marcelino una gran colección de fósiles y sílex tallados, y seguía todo lo que se publicaba en Europa relativo a este campo.
Este interés le llevó a visitar Altamira y a viajar a París para visitar la Exposición Universal de 1887, una estancia que le movió a explorar varias cuevas cercanas a las localidades donde residía entre Santander y Puente San Miguel, esta última muy próxima a Santillana del Mar, en cuyo término se encontraba la cueva de Altamira, a la que volvió entre el verano y el otoño de 1879, pero esta vez acompañado de su hija María, de ocho años.
¡Mira papá BUEYES PINTADOS!
Mientras él, exploraba agachado el suelo en busca de huellas del pasado paleolítico, la pequeña María, que si podía estar en pie se entretenía iluminando con la lámpara que portaba iluminando la bóveda penetrando en la cavidad donde se encontraba. Hasta que exclamó: “¡Mira papá, bueyes pintados!”.
Habían transcurrido miles de años desde que unos ojos humanos se habían posado por última vez sobre aquellos bisontes. Sautuola explicó por qué no había advertido antes la presencia de aquellas pinturas porque “para reconocerlas hay que buscar los puntos de vista, sobre todo si hay poca luz, habiendo ocurrido que personas que sabían que existían, no las han distinguido por colocarse a plomo de ellas”.
El descubrimiento de esa creación hubiera podido suponer la gloria para el estudioso cántabro, pero solo fue el inicio de un purgatorio que se prolongó hasta su muerte.

Sautuola no tuvo ninguna duda acerca de las pinturas: eran del Paleolítico, la misma época cuyos restos materiales había encontrado en el suelo. En 1880 publicó Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander, donde daba cuenta del descubrimiento.
Uno de los primeros en confirmar las ideas de Sautuola fue el geólogo y médico, Juan Vilanova y Piera, catedrático de Paleontología de la Universidad de Madrid y por entonces la máxima autoridad española en materia de Prehistoria. Vilanova visitó la cueva en aquel año y desde entonces fue uno de los más firmes defensores de la autoría prehistórica de tan excepcionales representaciones.
¿Burla?, ¿engaño?…
Pero la idea de que las pinturas fuesen obra del hombre “primitivo” (al que por entonces se le atribuían escasas capacidades intelectuales) suscitó amplias reservas, como en el caso de Francisco Quiroga o Rafael Torres, profesores de la Institución Libre de Enseñanza, que tras publicar un informe del asombroso carácter de las imágenes les llevó, sin embargo, a rechazar su antigüedad: “En la técnica del pintor de Altamira entran estos elementos: perspectiva lineal, perspectiva aérea, color desleído en agua o grasa, pincel”, lo que juzgaban incompatible con las facultades del hombre paleolítico, sino posterior, obra de soldados romanos que ocuparon el territorio cántabro.
Existía una prevención ante un hallazgo tan singular, puesto que hasta entonces no se había descubierto ninguna pintura prehistórica y ciertamente su factura parecía asombrosamente moderna, que se extendió a los expertos franceses, como Émile Cartilhac.
Siendo organizador de la sección de prehistoria de la Exposición de París en 1881 rechazó la autoría paleolítica y consideró que las imágenes se habrían realizado entre 1876 y 1879, época de las dos visitas de Sautuola a la cueva, pero aceptó sin vacilar el carácter paleolítico del poblamiento de Altamira, atendiendo a los restos de útiles y vegetales hallados.
Cartailhac basaba su opinión en los trabajos del ingeniero Édouard Harlé, que afirmó que la pintura se podía desprender con el dedo por lo que le pareció reciente, y eso atendiendo a que había pruebas que avalaban la antigüedad de las pinturas, como concreciones calcáreas formadas sobre las mismas. Harlé se vio influido por las voces de que las pinturas eran un engaño atribuido al pintor Paul Ratier, quien había hecho para Sautuola una copia de las pinturas para ilustrar el libro con el hallazgo, Breves apuntes…
En 1902, en un gesto de honradez intelectual, Cartailhac publicó su famoso artículo: “Les cavernes ornées de dessins. La grotte d’Altamira (Espagne). Mea culpa d’un sceptique”, donde reconocía la autenticidad de las pinturas de Altamira, y desde entonces se convirtieron en el legado más impresionante del arte rupestre europeo.