El hombre que transformó el barro en arte

En la calma de una charla familiar, EntreCultura tuvo el privilegio de escuchar los recuerdos, anécdotas y emociones de la familia del maestro ceramista Cruz Enrique España, un artista que marcó profundamente la identidad cultural de Antigua Guatemala.
Lo que están por leer no es solo un artículo: es un retrato hecho de palabras, nacido de una entrevista íntima que nos permitió acercarnos al alma de un legado que sigue vivo en cada ave modelada, en cada pieza única de barro y en cada historia compartida con amor.
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En el corazón de la Ciudad de Antigua Guatemala, una calle lleva el nombre de un artista que trascendió generaciones, técnicas y fronteras: Cruz Enrique España. Para quienes lo conocieron, su legado va más allá de la cerámica. Es una historia de amor al barro, de familia, de herencia cultural y de cómo una vocación se transforma en identidad.

De generación en generación: el origen del arte
La historia no comenzó con Cruz Enrique. Fue su padre, don Guillermo España, quien ya trabajaba la cerámica desde el torno, creando figuras como los famosos tecolotes fruteros que más tarde se volverían íconos del imaginario colectivo guatemalteco. Su esposa, doña María Tomasa Menchú de España, era también artista de pura sepa, habilidad que demostraba con entera tranquilidad a través del diseño, moldeado y elaboración de frutas en miniatura. Con este linaje artesanal, Cruz Enrique creció entre manos cubiertas de arcilla, hornos encendidos y colores vibrantes.
A los seis años, Enrique ya moldeaba figuras, soñando con que el barro no solo fuera un recurso para vender en los mercados, sino un vehículo de expresión artística. Aquel niño que observaba con ojos brillantes el esfuerzo de sus padres se prometió algo: “convertir el barro en arte”.

Un padre, un maestro, un artista
“Crecimos en una casa llena de colores, barro y buena música”, recuerda su hija Flor. La mesa de trabajo de Cruz Enrique era también el centro de la vida familiar. Sus hijos y nietos aprendieron jugando, tocando el barro, haciendo figuras, sin saber que en esos momentos lúdicos se forjaba algo más grande: una herencia artística.
Como esposo, padre y maestro, Cruz Enrique era paciente y amoroso. Dedicaba tiempo a enseñar, corregir y animar. “Por nuestras venas no corre sangre, corre barro”, afirma su hija con orgullo, reflejando esa conexión profunda entre arte y familia.
Un arte que se empieza a buscar
Rondaba el año de 1985, si mal no recuerdo (comenta Pablo), cuando a mi padre Cruz Enrique y a mi madre María Josefina Moreira de España, les solicita una distinguida empresaria de nombre Mónica (antigua propietaria del restaurante Welten), que crearán algo con la magia de sus manos, que representará “El Baile de Gigantes” de Antigua Guatemala, pero la condición es que no solo fuera un adorno, sino que también tuvieran alguna utilidad.
“El Baile de los Gigantes” (conocidos también como cabezones), es una tradición con conexiones literarias al Popol Vuh y que celebra el día del Corpus Christi. Esta danza folklórica es donde los Gigantes recorren las calles de Antigua Guatemala con melodías tocadas en marimba, el instrumento nacional de Guatemala.

Y tal cual como dice el dicho, Cruz Enrique y María Joséfina se pusieron: manos a la obra. El chispazo llegó y la creatividad fluyo sin parar, dando como resultado unas bellas copas (algunas enormes de hasta 30 cm de alto), con la imagen real de los gigantes. Lo mejor de todo es que cumplieron a cabalidad, ya que además de ser bellos adornos, se pueden utilizar de copas, saleros, pimenteros, maceteros, servilleteros, etc.
En la actualidad y gracias a chispa de los esposos, estas copas hoy en día, también son un ícono representativo de la ciudad de Antigua Guatemala.
En la actualidad, doña María Josefina Moreira de España, es la encargada de manejar administrativamente el negocio y legado familiar, o como dice ella en son de broma “de cuidar que los patojos no se salgan del guacal y hagan todo perfecto, como lo hacía su esposo”.

Modelar aves, moldear identidad
Uno de los mayores logros de Cruz Enrique fue la creación de aves de cerámica, una obra minuciosa que requería no solo talento, sino conocimientos de biología, anatomía, pintura y proporción. Cada figura era un estudio en sí misma: se analizaban formas, movimientos, tamaños, colores, y cada pieza se modelaba completamente a mano.
Sus hijos Pablo y Federico siguen esa tradición. Pablo heredó la técnica pictórica de su padre; Federico, su precisión en el modelado. Ambos forman ahora un equipo que continúa con las mismas técnicas, sin moldes, asegurando que no existen dos aves iguales.
Cada ave toma al menos una semana desde su concepción hasta la pintura final. Es un proceso que implica secado, horneado, lijado, pintura base y luego la aplicación del color. “Ahí empieza la magia”, comenta Flor.
Más allá de las aves: esculturas humanas y leyendas
Aunque las aves le dieron alas a Cruz Enrique para volar por el mundo, su inquietud creativa lo llevó más lejos. Se aventuró a modelar figuras humanas, comenzando con una serie dedicada al Hermano Pedro. Luego, encontró inspiración en las leyendas guatemaltecas y en los personajes comunes de Antigua Guatemala, a quienes retrataba con fidelidad y respeto. Su serie “La gente de mi ciudad” fue un homenaje a quienes muchas veces pasaban desapercibidos, pero que sostenían la vida cotidiana de una ciudad tan rica como Antigua.

Su obra humana traspasó fronteras. Recibía encargos desde Francia, Alemania y otros países. Personas que, con una fotografía en mano, llegaban para que Cruz Enrique los inmortalizara en barro.
En reconocimiento a su maestría, el Banco Nacional de México lo incluyó en la prestigiosa Colección de Grandes Maestros del Arte Popular de Iberoamérica. Un reconocimiento que no solo enalteció su obra, sino también el valor del arte popular guatemalteco.
El tecolote: ícono chapín
Hablar de cerámica guatemalteca sin mencionar al tecolote sería omitir una parte esencial del patrimonio popular. Fue don Guillermo, el padre de Enrique, quien lo creó desde el torno, sin moldes. De ser una figura decorativa, el tecolote se convirtió en símbolo de educación financiera en los hogares: una alcancía para ahorrar “los lenes del vuelto”, como recordaban entre risas.

Tan popular se volvió que uno de los bancos más importantes de Guatemala buscó a la familia para una edición exclusiva. A través de un contrato, encargaron un diseño especial con detalles únicos. Aunque hoy existen múltiples versiones comerciales, la familia España continúa elaborando el tecolote de forma artesanal, con el sello de calidad y autenticidad que solo el trabajo a mano garantiza.
La escuela del legado
Cruz Enrique no solo formó a su familia. Durante años organizó talleres para niños de la aldea, enseñándoles a moldear barro como un oficio digno y con potencial económico. Hoy, su esposa e hijos continúan esta tradición, impartiendo talleres cada diciembre. “Todos tenemos un artista dentro, solo hay que dejarlo salir”, les repiten a los pequeños.
El barro, para ellos, es también una forma de terapia. Federico cuenta cómo su hija de seis años ya empieza a modelar sus propias figuras. “Cuando uno está estresado, el barro ayuda a calmar el alma”, dice. La casa-taller se ha convertido no solo en un centro de producción, sino en un refugio de creatividad y conexión familiar.
El sueño continúa
A pesar del temor que Cruz Enrique expresó en vida (pensando que su legado se perdería), su familia ha demostrado todo lo contrario.
Sus hijos Pablo, Federico y Flor no solo han mantenido vivo el arte, sino que planean nuevas exposiciones y proyectos, como una muestra sobre la fauna guatemalteca en peligro de extinción, utilizando el arte como medio de concientización ambiental.
En palabras de Flor: “Mi papá soñó desde niño con convertir el barro en arte. Y lo logró. Ser parte de eso nos llena de orgullo”.
¿Dónde encontrar su obra?
Para quienes deseen adquirir una pieza auténtica de esta familia de artistas, pueden encontrarlos como Avifauna Cerámica España en:
Facebook: @avifaunaceramicaespana
Instagram: @avifaunaceramicaespana
TikTok: @avifaunaceramicaespana
Además, su casa-taller en San Felipe de Jesús, Antigua Guatemala, recibe visitas. Está ubicada en la calle que ahora lleva el nombre de quien lo hizo todo posible: Calle Cruz Enrique España.
Cruz Enrique España no solo moldeó aves, esculturas y tecolotes. Moldeó el alma de una familia, el espíritu de una comunidad y el orgullo de un país. Su historia es barro que no se seca, arte que no se quiebra, y amor que no se rompe.