La religiosa convertida en flor
Era una soleada tarde, hace muchos años en alguna pequeña aldea, de aquellas que el gobierno olvida y la naturaleza ama. Había llegado al lugar un destacamento militar.
Mientras los soldados se instalaban, las religiosas encargadas del lugar, esas nobles mujeres con un hábito que parece que tuvieran alas de paloma blanca en su cabeza, continuaron con sus tareas de ayudar en la escuela y en el pequeño centro de salud donde la caridad era el objetivo principal.
La paz del poblado fue interrumpida abruptamente con una terrible noticia. Los militares llevaban la orden de sacar a los sacerdotes, monjas y servidores de la iglesia, pues al poder del país había llegado un tirano que no quería a la religión católica.
La religiosas en calma iniciaron su plegarias “Madre santísima ¡protégenos!” “Padre poderoso ¡defiéndenos!”. Obedeciendo las órdenes inician a evacuar y abandonar el poblado con el corazón partido al dejar a los niños de la escuela, los enfermos en el pequeño hospitalito y dejar atrás la obras de caridad que realizaban.
Dentro del grupo de las hermanas existía una monja decidida y valiente, que alzó la vos, manifestando su descontento:“Si nos vamos de este lugar ¿Quién cuidará de los enfermos?, ¿Quién educará a los niños? ¿Quién atenderá a las madres a punto de dar a luz?”La religiosa con más valor enfrente de varios soldados con armas en la mano, gritó:“¡Es que acaso sus esposas vendrán a realizar las labores que nosotras efectuamos!
Un soldado le comenta al oído a su superior: “¿Dejará que una mujer nos hable de esa manera?”El encargado del destacamento superior ordena: “¡Lleven a esa mujer fuera de la aldea y mátenla por insolente!”
Los soldados cumplen la orden, llevan a la religiosa por un camino apartado del poblado. La monja mientras camina inicia sus oraciones “Señor, tú conoces mi corazón, tú conoces mis sentimientos, no me desampares en los momentos de angustia”. En un descuido, logra apartarse de sus verdugos, tratando de ocultarse en las raíces de un gran árbol, mientras sus captores la buscan llenos de ira y rabia por tratar de escaparse, la religiosa continúa con sus plegarias: “Señor, no me desampares en los momentos de angustia”. Dios escucha la súplica de su sierva, complacido por su valentía el Todopoderoso la protege enviando un rayo de luz, que alumbra por completo el cuerpo de la monja. Para evitar que atenten contra su virtud sus captores, Dios la convierte en una bella flor.
Hoy en día aún se recuerda la valentía de la religiosa que no quiso abandonar sus obras de caridad y que se opuso a un gobierno tirano. Y se recuerda siempre con el nombre de La Monja Blanca. Símbolo de nuestra nación.
Esta leyenda era contada hace muchos años en los actos cívicos de septiembre, por una hermana religiosa del Colegio La Asunción. A quien cariñosamente la llamaban Sor Juanita.