Momias: cuando el cuerpo permanece
Las momias egipcias son las más conocidas y las protagonistas de muchas historias de terror. Sin embargo, las momias más antiguas son muy anteriores y pertenecen al pueblo Chinchorro, que vivió en los Andes antes de la llegada de los Incas. Las momias de Lenin y Eva Perón son aún hoy ejemplo del deseo de la humanidad de eludir la muerte eterna.
Los chinchorros eran un pueblo de pescadores que habitó en la región de Arica-Parinacota unos 9.000 años antes de Cristo y que utilizaba técnicas muy complejas para conservar a sus muertos. Entre las momias de los chinchorros se han encontrado las de numerosos bebés, cubiertos con máscaras de arcilla pintadas de colores.
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Vida después de la muerte
El deseo de conservar con vida a los seres queridos más allá de la muerte es común a la Humanidad, como indica la existencia de momias de todas las épocas y en todas partes del mundo. Los primeros cadáveres momificados debieron formarse por casualidad en lugares muy secos, como las arenas de los desiertos o las cuevas de algunas montañas.
El ser humano siempre necesitó dioses y con ellos vino la creencia en una vida eterna. Dedicó entonces su ingenio a desarrollar técnicas para conservar eternamente los cadáveres.
Los métodos de momificación varían según las diferentes épocas y culturas, aunque coinciden en ser procesos largos y delicados, para los que se necesita preparación y pericia.
Las momias de los Chinchorros a los egipcios
El pueblo Chinchorro habitaba una zona con un altísimo índice de arsénico, que incidía en la elevada tasa de mortalidad infantil y de abortos espontáneos.
Los pequeños cadáveres de bebés y fetos eran sometidos a un cuidadoso proceso de vaciado de los cuerpos, que se llenaban de nuevo con hierbas y pieles. En ocasiones, se eliminaban totalmente los tejidos hasta dejar los huesos limpios. Los huesos volvían a unirse con la ayuda de palos y cuerdas, se cubrían con arcilla y de nuevo con la piel, tratada y abrillantada con pigmentos negros o rojos.
Los antiguos egipcios utilizaban diversos métodos de momificación, que tenían en común la extracción del cerebro a través de la nariz, la de los órganos internos, que se conservaban en recipientes separados, y el tratamiento de la piel para evitar su descomposición y que duraba unos cuarenta días. El cadáver se envolvía en largas tiras de lino untado con sustancias para que se pegara y endureciera.
Tutankamón y el Señor de Sipán
Los Wari, los Inca y los Chachapoya son solo algunos de los muchos pueblos del continente americano que, desde el norte hasta la Patagonia, momificaba a sus muertos.
Gran parte de estas momias han desaparecido debido al pillaje, el abandono, las catástrofes y una larga serie de las más diversas circunstancias. Por ello, cuando en 1987 el arqueólogo Walter Alva encontró intacta la tumba del Señor de Sipán, en Perú, el mundo de la arqueología aseguró que su descubrimiento igualaba en importancia al hallazgo de la del faraón-niño Tutankamón en 1922.
Tutankamón tenía unos 19 años cuando murió hacia 1335 antes de Cristo. Su sepultura contenía numerosos objetos de gran belleza y riqueza. Los egiptólogos ingleses lord Carnarvon y Howard Carter encontraron en la cámara mortuoria un impresionante sarcófago de cinco metros de largo y tres de alto que encerraba varios más hasta llegar al féretro con los restos del faraón.
Siete años después, todas las personas que participaron en aquella expedición, excepto Carter, habían muerto. Ello dio lugar a la historia sobre la maldición de la momia de Tutankamón.
La momia del Señor de Sipán, por el contrario, solo ha despertado admiración. Era gobernante y guerrero del pueblo Mochica y vivió alrededor del año 250 de nuestra era. Junto a él se han encontrado los restos de otras personas y de varios animales, entre ellos un perro y una llama.
La riqueza de la tumba y la profusión de objetos y adornos de oro y plata dan idea del gran poder del Señor de Sipán, sepultado sobre otra tumba más antigua de uno de sus antepasados, al que se ha llamado el Viejo Señor de Sipán.
Las momias de los Guanches
Los guanches, antiguos pobladores de Tenerife, una de las islas Canarias, en España, envolvían a sus muertos en varias capas de piel finamente curtidas para preservar el cuerpo. Durante la conquista española, en el siglo XV, muchas de estas momias fueron llevadas a otras partes del mundo, entre ellas hasta Necochea, en Argentina, desde donde fueron devueltas en 2003.
Se han encontrado momias de personas de gran estatura en Nevada (EE. UU.), de hombres blancos en China, adornadas con tatuajes en Filipinas, de posibles víctimas de sacrificios humanos en los pantanos del norte de Europa, de primitivos cristianos en las catacumbas romanas, desecadas al fuego en Australia, cabezas momificadas en islas de Oceanía.
La momificación es casi tan antigua como la Humanidad y el deseo de preservar de una u otra forma el cuerpo de los seres queridos se mantiene hasta hoy. Por eso, algunas empresas ofrecen ya la posibilidad de transformar las cenizas humanas en un diamante, símbolo del amor eterno, para que sea colocado en un lugar destacado del hogar, o hacer con él una joya de la que no separarse.