Paseando por la costa Amalfitana

La costa Amalfitana en sur de Italia es un paraíso. Un bello lugar donde los pueblos se camuflan en las laderas de las montañas, y cuelgan sobre el mar.
Donde los intrépidos agricultores de la zona plantan sus limoneros y sus parras en pendientes, convertidas en terrazas, donde abunda el atún, donde la moda no le quita protagonismo a la autenticidad del pueblo sureño. No es casual que Homero escogiera ese escenario como lugar en el cual Ulises cayó presa del hechizo de una bella sirena.
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Este territorio que forma parte de la región sureña italiana de Campania, está conformado por cinco provincias: Avellino, Benevento, Caserta, Salerno y Nápoles, su capital, y tres islas: Capri, Isquia y Procida.
La costa amalfitana fue escogida por los dioses como morada, vio pasar distintas culturas que llegaban una detrás de otra construyendo templos, iglesias, torres, reinos, y todos reclamaban sus tierras como propias, todos se enamoraban perdidamente de sus curvas, sus acantilados, sus profundidades, sus tonalidades que combinan el verde esmeralda, el azul rey, el amarillo limón y el verde oliva.

La antigua república de Amalfi
Esta costa se extiende entre montañas rocosas y acantilados que dominan el mar Tirreno. Toma su nombre de la ciudad costera de Amalfi, y forma parte de la península sorrentina.
Posee varios pueblos que cuelgan de sus laderas, como lo son Ravello, casa de nobles y de gran interés cultural; Positano, sofisticada y popular, y Amalfi, cuya bella catedral brilla con los rayos del sol mediterráneo, y es una prueba del poder y la gloria que esta ciudad alcanzó en el pasado.
Fundación y desastres
Fundada por los romanos, Amalfi alcanzó su independencia convirtiéndose en República en el siglo VII, y tres siglos más tarde rivalizaba con Venecia como potencia costera, gracias al comercio con Constantinopla y Egipto. No obstante, su poder declinaría debido a constantes batallas con los sarracenos y a un devastador huracán que azotaría sus costas en el siglo XIV.
Cada una de las ciudades de la Costa Amalfitana es una joya, las edificaciones están enclavadas en los rocosos acantilados y rodeadas por la vegetación, que les permite mimetizarse con el paisaje.

Pese a que la región se ha convertido en un popular destino turístico, sorprende encontrar auténticas y pintorescas villas de pescadores, como Cetara o Praiano, que viven de la pesca tradicional de atún, que siembran limoneros, olivos y parras en las terrazas y laderas de las montañas, pintan con maestría la cerámica y cantan antiguas canciones napolitanas.
Un territorio deseado
La región de Campania fue ocupada sucesivamente por griegos, etruscos y romanos, que edificaron sus templos y ciudades en Nápoles, Cumae, Salerno, Pompeya, Paestum, Hurculaneum, entre otras.
Tras la caída de Roma, Campania fue conquistada por bizantinos, galos, y lombardos. En el siglo XII los normandos anexaron el territorio al Reino de Sicilia, (a excepción de Amalfi, que era una república independiente).
Un siglo después Nápoles se independizó, pero en el siglo XV bajo el mandato de Alfonso V, Rey de Aragón, se unió nuevamente a Sicilia, conformando el Reino de las dos Sicilias, hasta que fue cedida al Imperio Austrohúngaro en 1713. Veinte años después, Carlos de Borbón, hijo de Felipe V de España, venció a los austriacos reestableciendo la unión entre Nápoles y Sicilia,
En 1759 Carlos VII de Nápoles (III de España) abdicó al trono en nombre de su hijo, Fernando IV de Nápoles y III de Sicilia, a fin de llevar la corona española, pero poco después el Reino cayó, esta vez bajo la influencia de Napoleón Bonaparte.
En el siglo XIX Fernando de Borbón recuperó el territorio y cambió y lo llamó el Reino Unido de las Dos Sicilias, Reino que volvería a perder su nieto, Francisco II, frente a la unificación de Italia dirigida por Giuseppe Garibaldi en 1860.
Garibaldi: Pirata y libertador
El reino de Piamonte-Cerdeña, encabezado por la Casa de Saboya, lideró la unificación italiana. Y el responsable de esta hazaña fue Garibaldi, quien tras permanecer unos años en Latinoamérica, donde había participado en varias guerras, emprendió la batalla a favor de la independencia de los reinos italianos que eran ocupados por España, Francia y Austria.
Garibaldi (Niza, 1807- Capresa, 1882) siempre estuvo vinculado al mar, su familia pescaba y desde joven fue marinero.

Su amor por el mar y por conocer distintos territorios también lo compartía con un profundo respeto por la libertad y la justicia. Lo que lo llevó a tomar parte en numerosas causas políticas. Formó parte de la insurrección del Piamonte, y tuvo que huir, tras ser condenado a pena de muerte.
Garibaldi viajó a Sudamérica y se estableció en Río de Janeiro, donde se incorporó con los detractores del Rey Pedro I, luego viajó a Uruguay donde participó activamente en la Guerra Grande, apoyando a la joven nación uruguaya, que intentaba mantener su independencia frente a Argentina.
Regresó a Italia en 1848 y poco después se convirtió en el héroe de la liberación italiana, y junto a la Casa de Saboya unió a Lombardía, Parma, Módena, Toscana, Romaña y al Reino de las Dos Sicilias. En 1861 Víctor Manuel II fue proclamado Rey de Italia y una década más tarde Italia era ya una realidad.