Pinturas rupestres de Chauvet, un Miguel Ángel en la prehistoria
¿Por qué los artistas primitivos han pintado y grabado en las cuevas animales con un enorme realismo y calidad, mientras no existen casi representaciones del ser humano? ¿Sus pinturas rupestres europeas son representaciones artísticas o se trata de los símbolos y signos grabados pertenecientes a un lenguaje arcaico que se desconoce, similar a los jeroglíficos egipcios?
Estas cuestiones que siguen representando para los arqueólogos uno de los mayores enigmas de la era Paleolítica, quizá se diluciden un poco mejor, con el reciente hallazgo en una cueva del sur de Francia de una gran sala subterránea de 70 por 40 metros, con decenas de imágenes de todo tipo de animales.
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Imaginemos por un instante cómo pudo haberse gestado esa Capilla Sixtina del paleolítico y de qué manera aquel prehistórico y desconocido Miguel Ángel pudo plasmar en la roca ese universo subterráneo de toros, bisontes, mamuts y felinos, de caballos, renos, uros, ciervos y osos, así como signos y manos en positivo y negativo, trazados en ocre, rojo, amarillo y negro.
Un regalo de la prehistoria
El hallazgo de un gran santuario de arte rupestre paleolítico, dentro de una gruta en el valle francés de Ardèche, se compara con las dos expresiones cumbre de este tipo de pintura mural “las cuevas de Altamira y Lascaux”, el descubrimiento, ya ha dado trabajo a los arqueólogos y prehistoriadores durante mucho tiempo.
La euforia inicial por el descubrimiento anunciado a mediados de la década de 1990 como “uno de los grandes acontecimientos arqueológicos del siglo XX”, da paso a una nueva etapa alejada de la luz pública y que ahora transcurre en las intimidades de los laboratorios: el estudio científico de alrededor de 300 pinturas de animales, descubiertas por un guardia forestal.
En una primera aproximación llama la atención de los expertos las imágenes de animales raramente representados en arte mural, así como la composición, los modelos, la unidad de estilo y las relaciones de la obra con los posibles habitantes de la cueva.
Pero, como ha dicho prudentemente el profesor Jean Clottes, el conservador general del patrimonio francés, “este descubrimiento aporta su propia dosis de nuevos misterios, ya que las obras descubiertas no siempre coinciden ni confirman las grandes teorías sobre el arte prehistórico. En la cueva se plantean nuevos problemas que se deberán estudiar con mucha calma”.
El zoo rupestre de Chauvet
Las imágenes de toros, bisontes, mamuts y felinos, de caballos, renos y uros, de signos y manos en positivo y negativo, trazadas en ocre, rojo, amarillo y negro, algunas superpuestas, otras cubiertas de arañazos de osos, hace entre 18.000 y 20.000 años, durante el Período Solutrense, son un reto para los expertos.
La cueva de Chauvet, que al parecer no ha sido hollada desde que los artistas desaparecieron y cuya entrada original aún se desconoce, lleva el nombre de su descubridor, Jean-Marie Chauvets, quien al descubrirlas, intuye la presencia de una galería detrás de una pared rocosa, sobre un precipicio del Valle del Ródano, por lo que excava durante un día hasta encontrar una verdadera galería de arte paleolítico.
Entre las pinturas, que parecen ser efectuadas en cinco épocas diferentes, en una gran sala de 70 por 40 metros, aparecen rinocerontes enfrentándose, símbolos de paneles puntuados, un ciervo perseguido por tres osos, un semicírculo de puntos rojos y tres cabezas de equinos entre treinta imágenes de animales.
Las proporciones de los cuerpos son naturalistas y los detalles anatómicos muy precisos, al punto de que se puede determinar el sexo de los animales, que pertenecen a unas doce especies.
¿Quiénes y dónde se realizaban las pinturas rupestres?
La profundidad de la gruta de Ardèche, en la cual las pinturas están al fondo de un corredor subterráneo de medio kilómetro, parece confirmar que el arte rupestre no se efectuaba cerca de las aldeas, sino en lugares especiales destinados a celebrar ritos relacionados con la caza, cuyos detalles se desconocen.
Según el arqueólogo español Enrique Baquedano, uno de los principales expertos europeos en arte rupestre paleolítico, “el arte rupestre se genera durante la última etapa de la Antigua Edad de Piedra, el Paleolítico Superior, que abarca desde los 35.000 hasta los 8.000 años Antes de Cristo”.
Esta etapa incluye cuatro culturas, que pueden superponerse y son difíciles de delimitar, y cuyos nombres proceden de las denominaciones o topónimos de los yacimientos arqueológicos franceses donde se hallaron los restos que las identifican: auriñaciense, perigordiense, solutrense y magdaleniense.
El artista de las cavernas
Aunque la mayoría de las manifestaciones de arte rupestre se sitúan al fondo de las cuevas, el hombre habitaba sobre todo los vestíbulos, donde llegaba la luz; Allí se han descubierto numerosos restos de hogares donde asaba sus alimentos y se reunía en grupos para recibir el calor del fuego.
El arte rupestre representa sobre todo animales como el uro, un bóvido similar al toro extinguido en el siglo XVIII, équidos similares a los caballos semisalvajes asturcones, renos, osos, ciervos, bisontes y mamuts, y en menor medida felinos, lechuzas y peces. En las cuevas francesas abundan las representaciones de rinocerontes, que apenas se ven en las españolas.
“El ser humano convivió con este tipo de fauna hasta el Holoceno (a partir del 10.000-8.000 a.C.), cuando desaparecen los glaciares, suben las temperaturas y también el nivel de las aguas costeras, y las grandes manadas de animales emigran hacia las tierras frías del Norte del continente europeo”, explica Baquedano.
La evolución y las técnicas de la pintura rupestre
A partir de esa época, el Epipaleolítico, cambian la cultura, la tecnología y la forma de vida de los humanos, que comienzan a alimentarse de la caza menor y del marisqueo, y a vivir en el exterior de las cavernas, en abrigos y más cerca de las costas.
El arte rupestre paleolítico consiste además en signos de distintas formas (cabañas, estacas, clavas), manos (en negativo, obtenidas al soplar pintura alrededor de una mano, o en positivo, logradas al pintar una mano y estamparla en la pared).
Las representaciones humanas son muy escasas. Según Baquedano, “son en su mayoría figuras antropomorfas, es decir, formas semihumanas, donde el hombre aparece casi siempre con su cabeza cubierta con un tocado, como si fuera el sacerdote o brujo de la tribu”.