Una mesa con sabor a chipilín y loroco
La gastronomía guatemalteca es un universo de sabores que se alimenta de la tierra, del clima diverso y de una tradición que combina herencia indígena, mestiza y popular.
Entre los ingredientes más singulares destacan dos plantas que han sabido conquistar tanto los hogares como los restaurantes: el chipilín y el loroco. Ambos forman parte del recetario cotidiano y de celebraciones especiales, llevando a la mesa aromas que evocan memoria, identidad y pertenencia.
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Chipilín: hierba humilde con alma de fiesta
El chipilín (Crotalaria longirostrata) es una leguminosa de hojas pequeñas y verdes, originaria de Mesoamérica. Crece de manera silvestre en zonas cálidas y húmedas, pero también se cultiva en patios y huertos familiares. Lo que para algunos puede parecer una maleza, en realidad es uno de los sabores más característicos de la cocina guatemalteca.

En las cocinas rurales, el chipilín se corta fresco, se lava y se incorpora en caldos y tamales. La hoja tiene un sabor suave, herbáceo, ligeramente parecido a la espinaca pero con un toque más aromático. Cuando se hierve, tiñe el agua con un verde intenso que anticipa un plato lleno de nutrientes.
Platillos tradicionales con chipilín
Caldo de chipilín: quizás la preparación más conocida, un caldo ligero que suele acompañarse con bolitas de masa de maíz. El resultado es un consomé verde que reconforta y nutre, ideal en tiempos de frío o en la mesa familiar.
Tamales de chipilín: dentro de la hoja de maíz o de maxán, la masa se mezcla con chipilín y se rellena con queso fresco o chicharrón. El aroma de la hierba al cocerse al vapor se vuelve inconfundible.
Arroz con chipilín: una guarnición sencilla pero de gran carácter. Al añadir las hojas al arroz en los últimos minutos de cocción, este adquiere un color y un sabor que transforman lo cotidiano en algo especial.

Valor nutricional y simbólico
El chipilín es rico en hierro, calcio y proteínas vegetales, lo que lo convierte en un aliado contra la anemia y la desnutrición. En muchas comunidades, esta planta es símbolo de sencillez y abundancia: con poco se puede alimentar a muchos. Además, su uso en tamales y fiambres lo vincula con celebraciones religiosas y familiares, reforzando su dimensión cultural.
Loroco: la flor que perfuma los antojos
El loroco (Fernaldia pandurata) es una enredadera perenne que produce racimos de flores verdes y carnosas, muy apreciadas en la cocina guatemalteca y centroamericana. Su sabor es delicado, pero penetrante, una mezcla entre vegetal y floral que recuerda al espárrago con un ligero toque de nuez.
La planta se cultiva en climas cálidos y templados, sobre todo en oriente y sur oriente del país, donde se ha convertido en un cultivo de importancia económica. Durante la temporada de cosecha, los mercados se llenan de manojos frescos que se venden al por mayor y menor. Las flores se utilizan en guisos, pupusas, salsas y rellenos, pero siempre en pequeñas cantidades, ya que su intensidad puede dominar un plato.

Platillos con loroco
Pupusas de queso con loroco: aunque este plato es más conocido como salvadoreño, en Guatemala se ha adoptado con entusiasmo. La combinación del queso derretido con las flores de loroco genera un sabor único que pocos ingredientes pueden igualar.
Salsas y guisos: el loroco se cocina con crema, leche o mantequilla para elaborar salsas que acompañan carnes blancas o pastas. También se incorpora a guisos de pollo, realzando el aroma de los caldos.
Arroz con loroco: al igual que con el chipilín, esta planta convierte una guarnición sencilla en un plato principal. Su sabor impregna el grano, ofreciendo un resultado elegante y festivo.
Valor cultural y gastronómico
El loroco no solo es un ingrediente, es un patrimonio culinario. Su cultivo y comercialización generan ingresos a numerosas familias campesinas, especialmente mujeres que lo venden en mercados locales. Además, su presencia en fiestas patronales y ferias gastronómicas lo vincula con la celebración y el orgullo de la identidad local.
Cocina de identidad y sostenibilidad
Hoy en día, el interés por la cocina de proximidad y los productos autóctonos ha revalorizado el chipilín y el loroco.
Cocineros jóvenes los han incorporado en recetas innovadoras: cremas, risottos, pizzas y hasta ceviches vegetarianos.
Este proceso no solo amplía las posibilidades gastronómicas, sino que también fortalece la soberanía alimentaria y la sostenibilidad agrícola, ya que su cultivo es de bajo impacto y de gran valor nutritivo.
Además, el uso de estas plantas en festivales gastronómicos y ferias campesinas, permite que nuevas generaciones las reconozcan no como “comida de abuela” sino como ingredientes de futuro. El rescate de estas hierbas es también el rescate de la memoria.




